Mexico Proposes Global Economic Well-being Summit

During the recent G7 summit in Canada, Mexican President Claudia Sheinbaum introduced a proposal that deserves attention not only for its origin but also for its transformative potential: convening a Global Economic Well-being Summit. In a forum marked by geopolitical and economic tensions, Mexico brought forth an idea that challenges major economies and initiates an urgent conversation about the direction of global development.

The proposal is based on a premise increasingly shared by many countries and multilateral organizations: economic growth alone does not guarantee prosperous or stable societies. Measuring development solely by GDP has shown its limitations. Instead, it is crucial to incorporate indicators that reflect people’s real well-being: access to healthcare, care systems, environmental sustainability, social cohesion, and economic security.

This vision has been supported for decades by recognized voices in the global economy. As Nobel Prize-winning economist Amartya Sen wrote: “The true wealth of a nation lies in the real capabilities of its people to live the lives they value, not simply in the growth of their national income.” His contributions have been key to promoting a more human-focused approach to development, where the central issue is not how much an economy grows, but how that growth translates into freedoms, opportunities, and tangible well-being for people.

This is not a utopia. For years, countries like New Zealand have prioritized well-being in their economic planning. Their 2019 Wellbeing Budget allocated around $1.2 billion to mental health, over $300 million to combat domestic violence, and reduce homelessness. In 2023, approximately $1.5 billion was allocated to health and disability, and over $4 billion to public housing and social programs. The New Zealand case demonstrates that it is possible to design national budgets with measurable and sustained social impact.

Mexico is not starting from scratch. Our region has accumulated lessons on the effects of models that prioritize growth without distribution. From the Inter-American Conference on Social Security (CISS), we strongly support this initiative. We know that investing in social protection, care, and public health not only reduces inequality but also strengthens democratic stability, productivity, and the resilience of our economies.

President Sheinbaum proposes opening this conversation globally. Her idea of convening an international summit, with participation from G7 countries, CELAC, and other regions, seeks to build a new consensus—not to replace existing indicators but to complement them with metrics that measure what truly matters. In a world facing multiple crises—climate, social, health, technological—rethinking development is an unavoidable task.

That this proposal came from Mexico, led by a president with scientific training, progressive vision, and a commitment to transformation, speaks to a new regional leadership. We did not go to ask, but to propose an idea that can change the course of the global debate. And that difference is significant.

From the CISS, an institution with over 80 years of experience in international cooperation and building welfare systems, we are ready to contribute. We are clear about the historical moment we are going through and the opportunity it represents to move towards a global agenda centered on human dignity.

History will remember this G7 summit for many reasons. One of them will be that Mexico planted an idea capable of transforming how the world understands development. And if realized, this transformation could improve the lives of millions.
— news from El Financiero

— News Original —
Bienestar económico: la propuesta mexicana para el mundo
Durante la cumbre del G7 celebrada recientemente en Canadá, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, planteó una propuesta que merece atención no solo por su origen, sino por su potencial transformador: convocar una Cumbre Mundial del Bienestar Económico. En un foro marcado por tensiones geopolíticas y económicas, México llevó una idea que interpela a las grandes economías y abre una conversación urgente sobre el rumbo del desarrollo global.

La propuesta parte de una premisa compartida por un número creciente de países y organismos multilaterales: el crecimiento económico, por sí solo, no garantiza sociedades prósperas ni estables. Medir el desarrollo únicamente por el PIB ha demostrado sus límites. En su lugar, urge incorporar indicadores que reflejen el bienestar real de las personas: acceso a salud, sistemas de cuidados, sostenibilidad ambiental, cohesión social y seguridad económica.

Esta visión ha sido respaldada desde hace décadas por voces reconocidas en la economía global. Como escribió Amartya Sen, Premio Nobel de Economía:

“La verdadera riqueza de una nación reside en las capacidades reales de las personas para vivir la vida que valoran, no simplemente en el crecimiento de su ingreso nacional”.

Sus aportaciones han sido clave para promover un enfoque más humano del desarrollo, donde lo central no es cuánto crece una economía, sino cómo ese crecimiento se traduce en libertades, oportunidades y bienestar tangible para las personas.

Esto no es una utopía. Desde hace años, países como Nueva Zelanda han priorizado el bienestar en su planificación económica. Su Wellbeing Budget 2019 destinó alrededor de mil 200 millones de dólares a salud mental, además de más de 300 millones para combatir la violencia familiar y reducir el sinhogarismo. En 2023, se asignaron cerca de mil 500 millones de dólares a salud y discapacidad, y más de 4 mil millones a vivienda pública y programas sociales. El caso neozelandés demuestra que es posible diseñar presupuestos nacionales con impacto social medible y sostenido.

México no está partiendo de cero. Nuestra región ha acumulado aprendizajes sobre los efectos de modelos que priorizan el crecimiento sin distribución. Desde la Conferencia Interamericana de Seguridad Social (CISS), respaldamos con convicción esta iniciativa. Sabemos que invertir en protección social, cuidados y salud pública no solo reduce la desigualdad; también fortalece la estabilidad democrática, la productividad y la resiliencia de nuestras economías.

La presidenta Sheinbaum propone abrir esta conversación a nivel global. Su idea de convocar una cumbre internacional, con la participación de países del G7, de la CELAC y de otras regiones, busca construir un nuevo consenso: no para sustituir los indicadores existentes, sino para complementarlos con métricas que midan lo que realmente importa. En un mundo atravesado por múltiples crisis —climática, social, sanitaria, tecnológica—, repensar el desarrollo es una tarea ineludible.

Que esta propuesta haya venido de México, y que la encabece una presidenta con formación científica, visión progresista y compromiso con la transformación, habla de un nuevo liderazgo regional. No fuimos a pedir, fuimos a proponer una idea que puede cambiar el rumbo del debate global. Y esa diferencia no es menor.

Desde la CISS, una institución con más de 80 años de experiencia en cooperación internacional y construcción de sistemas de bienestar, estamos listos para sumar. Tenemos claridad sobre el momento histórico que atravesamos y sobre la oportunidad que representa avanzar hacia una agenda global centrada en la dignidad humana.

La historia recordará esta cumbre del G7 por muchas razones. Una de ellas será que ahí México sembró una idea capaz de transformar la manera en que el mundo entiende el desarrollo. Y esa transformación, si se concreta, podría mejorar la vida de millones.

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