President Javier Milei’s administration is navigating a deepening political crisis fueled by scandals such as the Libra case and leaked audio recordings involving his sister, Karina Milei, alongside growing tensions with Vice President Victoria Villarruel and internal factions of La Libertad Avanza. Yet beyond these political fissures, the true test of his leadership lies in the economic sphere, where his promise of an ‘Argentine miracle’ now faces partial gains, internal contradictions, and mounting social costs that could undermine the longevity of his reforms.
Milei’s economic strategy rests on three core elements: fiscal tightening, deregulation, and tight monetary policy. The fiscal consolidation effort, pursued with ideological rigor, achieved a historic primary surplus in record time. However, this accounting success masks severe social consequences: a halt in public infrastructure projects, deteriorating public works, pension adjustments that eroded purchasing power for retirees, and subsidy cuts that caused utility prices to surge beyond affordability. The outcome is a more fragile and unequal everyday economy, where austerity measures have disproportionately favored wealthier groups while penalizing vulnerable populations.
On the sustainability of this approach, economist Martín Epstein from the Center for Argentine Political Economy warns: “The bulk of the adjustment has fallen on sectors already under strain—pensions, public works, education. Maintaining fiscal balance requires further cuts, and the key question is which groups will bear the next wave.”
The second pillar, deregulation, was enacted through Emergency Decree 70 and the Bases Law, easing import restrictions, liberalizing rental markets, and paving the way for privatizations. While the official message emphasized market supremacy, in practice, large economic conglomerates have gained the most, while small and medium enterprises, workers, and consumers face heightened insecurity. Moreover, the legal uncertainty generated by these changes has undermined institutional credibility, discouraging investment rather than attracting it.
On monetary policy, the government highlights declining inflation, attributing it to fiscal discipline and tight money supply. Yet Epstein and other economists argue this is largely a byproduct of economic contraction: “This outcome stems from delayed exchange rate adjustments and a deeply recessionary program. A shrinking economy—marked by falling consumption and investment—slows activity and thus inflation, but at levels still high relative to the degree of restriction.”
Paradoxically, a government that champions non-intervention intervened in August by selling dollars to slow the peso’s freefall, a move at odds with its ideology, especially in a country with negative net reserves and delicate relations with the IMF. Regarding currency unification, Epstein notes it remains incomplete, with full implications to be seen in January when capital controls are expected to be fully lifted.
The social toll is stark: rising poverty, increasing unemployment, and frozen budgets in education and scientific research that jeopardize long-term national development. Public universities and research institutions have become symbols of austerity and centers of resistance.
Milei has cultivated a powerful symbolic narrative—epitomized by the chainsaw and blender imagery—that resonates with citizens disillusioned by traditional politics. Yet this narrative increasingly clashes with daily realities: wages that fall short, businesses shutting down, and households cutting back to bare essentials. The libertarian ideal collides with lived experience.
The durability of this model remains uncertain. An austerity-driven economy without growth, inflation suppressed through recession, and contradictory currency interventions are unlikely to endure. As Epstein puts it: “Argentina has a history of recovery cycles driven by consumption. If wages and pensions remain suppressed, it’s hard to envision a rebound in spending or economic expansion.”
— news from Radio Universidad de Chile
— News Original —
Las grietas que amenazan el “milagro” económico de Javier Milei
El gobierno del presidente Javier Milei enfrenta una crisis política agravada por escándalos como el caso Libra y los audios filtrados de su hermana Karina Milei, sumados a las tensiones con la vicepresidenta Victoria Villarruel y facciones internas de La Libertad Avanza. Sin embargo, tras este telón de fondo político, la verdadera prueba de su gestión se libra en el terreno económico, donde prometió el “milagro argentino” y hoy acumula logros parciales, contradicciones y costos sociales que amenazan la estabilidad de su proyecto. n nEl programa económico de Milei se sustenta en tres pilares: ajuste fiscal, desregulación y política monetaria restrictiva. El ajuste fiscal, defendido con dogmatismo, logró un histórico superávit primario en tiempo récord. Pero este éxito contable esconde un costo social devastador: la paralización de la obra pública, el deterioro de la infraestructura, el ajuste sobre jubilaciones que erosionó el poder adquisitivo de los adultos mayores, y la eliminación de subsidios que disparó tarifas de servicios básicos hasta volverlas impagables. El resultado es una economía cotidiana más frágil y desigual, donde el ajuste benefició a los más ricos y castigó a los más vulnerables. n nSobre la sostenibilidad de esta política, el economista Martín Epstein del Centro de Economía Política Argentina advierte: “El grueso del ajuste se hizo sobre sectores que ya están ajustados, jubilaciones, pensiones, obra pública, educación… Solo se puede sostener el equilibrio fiscal con mayor ajuste, y la pregunta es sobre qué sectores recaerá”. n nEl segundo pilar, la desregulación, se implementó mediante el Decreto de Urgencia 70 y la Ley Bases, liberalizando importaciones, alquileres y abriendo la puerta a privatizaciones. Si bien el mensaje fue “en Argentina manda el mercado”, en la práctica esto benefició a grandes grupos económicos mientras aumentaba la vulnerabilidad de pymes, trabajadores y consumidores. Además, generó incertidumbre jurídica que, lejos de atraer inversiones, erosiona la confianza en la estabilidad institucional. n nEn materia monetaria, el gobierno celebra la caída de la inflación, atribuyéndola a la disciplina fiscal y la restricción monetaria. No obstante, Epstein y otros economistas señalan que se trata en realidad de un efecto colateral de la recesión: “Esto es resultado de una política de retraso cambiario y un programa fuertemente recesivo. Una economía que se achica en consumo e inversión frena la actividad y así baja la inflación, pero a niveles aún altos para tanta restricción”. n nParadójicamente, un gobierno que predica la no intervención terminó vendiendo dólares para contener la caída libre del peso en agosto, una medida contradictoria para un país con reservas netas negativas y que tensiona su relación con el FMI. Sobre la unificación cambiaria, Epstein aclara que aún es parcial y queda pendiente ver cómo se reacomoda en enero, cuando se levante el cepo definitivamente. n nEl costo social es alarmante: pobreza creciente, desempleo en alza, y un presupuesto congelado en educación y ciencia que compromete el futuro del país. Las universidades públicas y centros de investigación se han convertido en símbolos del ajuste y en focos de protesta. n nMilei impuso una agenda de alto impacto simbólico —la motosierra, la licuadora— que conecta con una sociedad hastiada de la política tradicional. Pero ese relato choca con la realidad de salarios que no alcanzan, negocios que cierran y familias que recortan consumo hasta lo mínimo. La épica libertaria se estrella contra la vida diaria. n nLa sostenibilidad del modelo es la gran incógnita. Un ajuste sin crecimiento, una inflación domada por la recesión y intervenciones cambiarias contradictorias difícilmente perduren. Epstein lo resume: “Argentina tiene una tradición de ciclos de recuperación ligados al consumo. Si los salarios y jubilaciones siguen pisados, es difícil que el consumo repunte y la economía crezca”.