President Donald Trump’s anti-immigration campaign is beginning to leave deep scars on the American economy. Mass raids, selective deportations, and widespread fear are sweeping through agricultural fields, construction sites, and factories, paralyzing sectors that depend almost entirely on immigrant labor.
With his “law and order” rhetoric and a “zero tolerance” policy driven from the White House, the Republican president has unleashed an atmosphere of persecution and panic in cities, towns, and rural areas where for decades millions of immigrants – many undocumented – have sustained the economy from the shadows.
The consequences of the tightened immigration policies are already being felt harshly: fruits and vegetables rotting in the fields, restaurants without staff, overwhelmed hotels, and halted construction projects.
As farmer Lisa Tate from Ventura County, California, put it: “If 70% of your workforce doesn’t show up, 70% of your harvest is lost. This isn’t sustainable. Workers are scared. Farmers face certain ruin.”
The impact, however, isn’t just rural or isolated. In industrial cities like Pittsburgh, St. Louis, or Buffalo, the reduced flow of immigration has reversed the fragile economic momentum that recent immigrants had helped revive.
According to Oxford Economics, net immigration has dropped to an annual rate of just 600,000 people, a reduction of more than one-third compared to the final months of 2024. This decline is almost entirely due to the collapse of unauthorized immigration, a direct result of the enforcement machinery of ICE (Immigration and Customs Enforcement).
Despite acknowledging that agricultural sectors “are being severely affected,” Trump has defended the raids. “They’re not citizens, but they turned out to be great workers,” he said in an ambiguous tone.
More than 75% of the fruits and nuts consumed in the United States are grown in California, where 80% of agricultural workers are immigrants, and nearly half lack documentation.
Today, according to reports gathered by Reuters: entire fields are empty, companies that previously employed 300 people now operate with just 80, and even authorized workers fear arbitrary detention.
“Today we’re more afraid of immigration than the sun’s heat,” said a Guatemalan day laborer quoted by US media. “If they catch you, you might never see your family again.”
The Washington Post and Reuters report raids at car washes, meatpacking plants, construction sites, and even textile workshops. In cities like Los Angeles, reconstruction efforts after wildfires have stalled due to a lack of labor.
The horse racing industry in Louisville, Kentucky, has also been affected. “Times of fear,” summarized a local trainer.
Although Trump has promised to punish companies that employ undocumented workers, the vast majority of raids have focused on workers rather than employers. According to the Washington Post, only one company has been formally charged following dozens of raids.
The analysis of Muzaffar Chishti from the Migration Policy Institute is blunt: “This is not a campaign against employers, but a strategy to inflate deportation numbers.”
Economist Bernard Yaros warns that Trump’s policies will cause a 0.25% decline in GDP in the long term, increased inflation, and structural bottlenecks in productive sectors. “Native workers won’t replace migrant workers. They do different jobs. Without them, the system collapses.”
Donald Trump’s immigration policy not only criminalizes the workers who feed, build, and clean America, but also undermines the very foundation of the economic model he claims to protect. Under the banner of “border control” hides a class war that attacks the most vulnerable while protecting the interests of major employers.
— news from teleSUR
— News Original —
Ofensiva antimigrante de Trump desata caos en sectores clave de la economía de EE.UU.
La ofensiva antimigrante del presidente Donald Trump comienza a dejar profundas secuelas en la economía estadounidense. Redadas masivas, deportaciones selectivas y miedo generalizado recorren campos agrícolas, construcciones y fábricas, paralizando sectores que dependen casi por completo de la mano de obra inmigrante.
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Con su retórica de “ley y orden” y una política de “tolerancia cero” impulsada desde la Casa Blanca, el mandatario republicano ha desatado un clima de persecución y pánico en ciudades, pueblos y campos donde durante décadas millones de migrantes —muchos sin documentos— han sostenido la economía desde las sombras.
Las consecuencias del endurecimiento migratorio ya se hacen sentir con crudeza: frutas y vegetales pudriéndose en los campos, restaurantes sin personal, hoteles colapsados y construcciones paralizadas.
En palabras de la agricultora Lisa Tate, desde Ventura County, California: “Si el 70% de tu fuerza laboral no aparece, el 70% de tu cosecha se pierde. Esto no es sostenible. Los trabajadores tienen miedo. Los agricultores, ruina asegurada.”
El impacto, sin embargo, no es solo rural ni aislado. En urbes industriales como Pittsburgh, St. Louis o Buffalo, la reducción del flujo migratorio ha hecho retroceder el frágil dinamismo económico que inmigrantes recientes habían ayudado a reactivar.
Según Oxford Economics, la inmigración neta cayó a un ritmo anual de apenas 600.000 personas, una reducción de más de un tercio respecto a los últimos meses de 2024. Esta caída obedece casi exclusivamente al desplome de la inmigración no autorizada, resultado directo de la maquinaria represiva de ICE (Inmigración y Control de Aduanas).
El propio Trump, pese a admitir que los sectores agropecuarios “están siendo severamente afectados”, ha defendido las redadas. “No son ciudadanos, pero resultaron ser grandes trabajadores”, dijo en tono ambiguo.
Más del 75% de las frutas y nueces que consume Estados Unidos se cultivan en California, donde el 80% de los trabajadores agrícolas son inmigrantes, y casi la mitad carecen de papeles.
Hoy, según testimonios recogidos por Reuters: Campos enteros están vacíos, empresas que antes empleaban a 300 personas ahora operan con apenas 80, sumado a que trabajadores autorizados también temen ser detenidos arbitrariamente.
“Hoy nos asusta más la migra que el calor del sol”, declaró un jornalero guatemalteco citado por medios estadounidenses. “Si te agarran, puede que no vuelvas a ver a tu familia”.
El Washington Post y la agencia Reuters reportan redadas en lavaderos de autos, plantas empacadoras de carne, obras en construcción y hasta talleres textiles. En ciudades como Los Ángeles, las labores de reconstrucción tras los incendios forestales se han frenado por falta de mano de obra.
La industria del hipismo en Louisville, Kentucky, también se ha visto afectada. “Tiempos de miedo”, resumió un entrenador local.
Aunque Trump ha prometido castigar a las empresas que empleen a personas sin papeles, la inmensa mayoría de las redadas se ha centrado en los trabajadores, no en sus empleadores. Según el Washington Post, solo una empresa ha sido formalmente acusada tras decenas de redadas.
El análisis de Muzaffar Chishti, del Migration Policy Institute, es tajante: “Esta no es una ofensiva contra los empleadores, sino una campaña para inflar las cifras de deportación.”
El economista Bernard Yaros advierte que las políticas de Trump causarán una caída del 0,25% en el PIB a largo plazo, aumento de la inflación y frenos estructurales en sectores productivos. “Los nativos no reemplazarán a los trabajadores migrantes. Hacen trabajos distintos. Sin ellos, el sistema colapsa.”
La política migratoria de Donald Trump no solo criminaliza a los trabajadores que alimentan, construyen y limpian a Estados Unidos, sino que socava la base misma del modelo económico que dice proteger. Bajo la bandera del “control fronterizo”, se esconde una guerra de clase que ataca a los más vulnerables mientras blinda los intereses de los grandes empleadores.